domingo, 14 de agosto de 2011

Ecuador - La Playa

Hace ya más de diez años que venimos haciendo las paces. En nuestros encuentros fortuitos, poco a poco he dejado que acaricies mis pies, cosquillees mi cintura, peines mis cabellos y hasta he dejado que beses mis mejillas. Tu misterioso susurro y alegre burbujeo al llegar a la arena me hace fantasear y soñar; al mirar al cielo veo las nubes que flotan con lentitud haciendo formas que reflejan tu imagen. Creo que tu murmullo, guarda los secretos del universo, es por eso que todos frente a ti nos sentimos más tranquilos, más sabios.

Nuestro viaje a la playa nació de la nada, esos planes que no se planean y nos llegan como un billete encontrado en el bolsillo de una chaqueta olvidada.  Después de cincuenta mil llamadas, encontramos un hotel, compramos los boletos del bus y estábamos listas para nuestro paseo.  Once en punto con nuestras maletas, ipods y libros, mi amiga Paola y yo esperábamos el largo viaje sentadas en los dos primeros asientos. 
Durante las dos primeras horas conversamos sin pausa y nos reíamos de la misma forma, hasta que el cansancio del día fue más fuerte y nos dormimos.  De rato en rato abría mis ojos para descubrir que el bus tomaba peligrosamente rápido las curvas, o rebasaba en lugares poco apropiados, al final, llegamos a nuestro destino más temprano de lo planificado –en esa oscuridad no quisimos arriesgarnos a buscar nuestro hotel- seguimos en el bus hasta el siguiente pueblo para hacer tiempo hasta que amanezca.  Después de un buen desayuno nos subimos en los ‘taxis bicicleteros’ para llegar a nuestro hotel; descubrimos que la gente que trabajaba ahí funcionaba en otra revolución que la nuestra – recontra lenta – parecía que las cosas que les decíamos o pediamos se procesaban en los siguientes diez minutos.  Sin tener una respuesta a tiempo y al no entender el por qué de su lentitud nos fuimos a dormir a la playa.  Al regresar, finalmente teníamos toallas, nuestras camas estaban hechas y el baño listo.

Tuvimos unos días de sol, mar, arena; deliciosa comida y mucho, pero mucho descanso.  La playa estaba repleta de gente, parasoles, carritos de comida, helados, vendedores de sombreros y otras artesanías, música y bulla- mucho más de lo queríamos soportar- así que todos los días caminábamos quince minutos para llegar a una playa más tranquila y silenciosa.  Sonreíamos al encontrarnos con niños adorables y perros mojados que ladraban a las cometas que flotaban en el cielo; hablamos de cosas que asumíamos saber de la otra, recordamos nuestras infancias y nos reíamos de nuestras ocurrencias.

En las noches íbamos a las ‘covachitas’ –como la gente llama a los bares de la playa – a tomar algo, ver bailar a los adolescentes de ahora y a los de antes también. Las covachas se transformaban en ‘salones’ llenos de gente de toda edad y tamaño – desde la ausente abuela hasta el niño que cabeceaba sobre la mesa, intentando no dormirse para poder ver el show del talentoso imitador de Michael Jackson. Parecía como esas fiestas de quinceañera a las que hemos asistido desde siempre…

A lo largo de la playa habia pequenas banderas de color anaranjado y aunque nos llamo la atencion inicialmente, paso a ser algo sin importancia. El instante que pusimos el pie en el mar ese dia, un patrullero aparecio de la nada, alertando a la gente para que saliera de la playa. Solo dos asustadas y obedientes citadinas lo hicieron (si, nosotras!) el resto seguia luchando con el oleaje y la fuerza del mar; seguian disfrutando del ceviche y la cerveza. Ellos sabian algo que nosotras no.

Después de desconectarnos de la ciudad y a la vez conectarnos con la cultura playera -nuestro folklore- que va desde la cantante de ‘tecnocumbia’ en jeans y sombrero vaquero; los atractivos jugadores de volleyball; el desfile de las humildes, pero coloridas 'reinas' sobre los carros alegóricos y hasta los muchos adolescentes que invaden las pocas calles con sus furiosos autos de carreras o instalados en las veredas con parlantes que tocan música estridente.
Así, emprendimos el regreso, que esta vez fue menos rápido pero lo sentimos más tranquilo y seguro.


Supongo que así de rápido se gastó el billete encontrado en la chaqueta olvidada…