lunes, 19 de diciembre de 2011

El Valle de Su Soledad



El trueque lo hacía con naranjas; cruzaba el parque más de una vez llevando muchas de ellas para intercambiarlas por leche o pan.  Agustín Jaramillo y su perro caminaban despacio bajo el persistente sol, pero nunca con un signo de cansancio o malhumor, al contrario, este hombre de 96 años caminaba con una iluminada sonrisa y acariciaba con dulzura a su noble compañero de vida.
Estaba sentada en una banca -distraída por su ir y venir-  rodeada de verdes árboles; una iglesia antigua y montañas cortadas con cuchillos, tratando de leer la triste historia de 'Paula' de Allende. En la mitad de la plaza, estaba la pileta -esa a la que todos aclaman por su milagroso líquido- el sonido del agua que caía con alegría me hacía pensar, que el único milagro que hay en ese lugar es la paz. La brisa tibia que soplaba suavemente en mi cara, era como sentir un beso del milagro de la vida y su sabiduría. 

Corre el rumor de que en este lugar, todos viven muchos años por su milagrosa agua; el Valle de la Longevidad, lo llaman, yo lo llamaría el Valle de la Tranquilidad. Acostumbrada al movimiento, al ruido, al apuro y a la falta de tiempo; este pueblo inmóvil y sin relojes, donde las escenas corren en cámara lenta -sin música o efectos de fondo- contrastaban intensamente con mi vida. Y aunque me tomó un rato entender este espacio, sentada en esa banca, sonreí; era un espacio de silencio y paz. Tal vez algo que no había sentido en mucho tiempo.
Mi mirada, inevitablemente encontró la suya; Agustín se acercó a mi banca y su incondicional amigo rozó su cabeza con mi pierna. Era como conversar con un amigo -de esos de siempre- hablamos de Isabel Allende; recitó sus poemas favoritos y cantó  las canciones de Julio Jaramillo, quien además, me aseguraba era su primo. Ya no podía trabajar en su propiedad por sus avanzados años, pero como los árboles de naranja producían sin ayuda en este valle bondadoso, éstos, ahora lo mantenían. El trueque lo hacía con sus amigos, cambiaba naranjas por todo lo que necesitaba. 

Su perro, en ocasiones se quedaba conmigo en lugar de acompañar a Agustín a sus negociaciones; me acompañaba mientras leía o escribía. Me da nostalgia pensar que no recuerdo su nombre, pero el recuerdo de su dulzura me basta.  En esa banca del parque, Agustín, con lágrimas en sus ojos me contaba sus historias de amores truncados; resentimientos que ya no recordaban su por qué y relaciones que jamás volverán. Estar solo es lo peor que le puede pasar a alguien -eso repetía con frecuencia.
            “Si tuviera una hija, me gustaría que sea como Ud.

Cuando un extraño con quien no se tiene nada en común te dice algo así, el alma se te llena; toca tu sensibilidad, en lo más profundo.  Agustín y yo sentados en la plaza llorando, acompañados de su noble amigo como testigo.
Visité su casa, junto a mi compañero de viaje; le llevamos unas galletas y un poco de leche. Agustín y su perro estaban muy emocionados por tener visitantes y nosotros estábamos conmovidos por su generosidad y amabilidad -a pesar de su pobreza. No sé si dejó que le tomáramos una foto, pero sí recuerdo que nos regaló una que él tenía pegada en su pared. La encontré recién y me hizo recordar esta historia.
  

Ya en la noche, acostados boca arriba, con la mitad de nuestros cuerpos dentro de la carpa y la otra fuera para poder ver el mágico cielo con millares de estrellas; tan cercanas, que parecía que las podíamos tocar. La conversación giraba alrededor de las experiencias de ese día: de Agustín, de su sencilla vida y su sabiduría; a veces también nos interrumpía el silencio, para poder apreciar mejor la caída de una estrella fugaz o para escuchar mejor nuestros propios pensamientos. No podía evitar pensar en nuestra partida a la mañana siguiente; la despedida de Agustín y su perro –iba a ser difícil, lo sabía-. Si en realidad fuera su hija no podría dejarlo ahí. La soledad es lo peor que le puede pasar a alguien: esa frase resonaba en mi cabeza. 

Un hombre tan sencillo, alegre y generoso con noventa y seis años de soledades, silencios y arrepentimientos.    

Él me aseguraba que no era el agua ni nada en el aire, lo que hacía que la gente viviera tantos años en ese lugar, sino un traguito de aguardiente todas las noches y un cigarrillo con los amigos; a pesar de todo, siempre trataba de sonreír a su realidad y encontrar paz en su vida.
Aún así, yo sólo podía pensar, que aunque Agustín vivía -en lo que yo describiría- como un paraíso, su vida había sido triste y solitaria. Qué importa vivir treinta o cien años si no tienes una mano que te acompañe y un alma que despierte tu corazón.  Tantos años para recién darse cuenta que la vida no vale la pena, si no se tiene una pareja o una familia que sostenga tu vida con su amor.

Agobiada por su historia, no pude dejar de hablar durante todo el camino de regreso: de Agustín y su perro en el Valle de Su Soledad. Estoy segura, que aunque me escuchaba con atención, mi amigo no terminaba de entender mi tristeza.  Asumí la realidad, de que llevarlo a Quito no era una opción.

La verdad es que no había pensado en esta historia en mucho tiempo –casi ocho años creo- Es extraño las cosas que recordaba de esta experiencia, detalles y palabras que pensé olvidadas.  Y aunque no pude parar las lágrimas mientras escribía, tampoco pude dejar de sentirme inmensamente bendecida por el cariño con el que vivo rodeada: el de mi familia y amigos. 

Estoy segura que tengo y tendré muchos arrepentimientos y frustraciones en la vida, pero sólo espero que mi vejez me encuentre acompañada, o por lo menos alimentada con cálidos y felices recuerdos.  

6 comentarios:

Psic. Esteban Prado Saona. dijo...

Me encantan este tipo de historias. Me gusta como escribes, adelante Andrea!

Esteban Prado.

Andrea Flores dijo...

Gracias Esteban!! Que chevere que te haya gustado.

Anónimo dijo...

Que buena, super conmovedora!!!!!!! Mas Felicitaciones!!!!!!!!!! :)

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Linda manera de escribir esta experiencia, que en la descripción de sencillez de una vida aparentemente monótona se adentra a lo que hay en el corazón de una persona y sus historias, felicitaciones!

Andrea Flores dijo...

Gracias Jose!