Recién
veo la hora y me doy cuenta que no estoy lista para salir -el reloj
marca las nueve- el último tren a la casa de mi amiga sale en cinco
minutos. Supongo que perdí el tiempo; últimamente me pasa eso más seguido que antes. No hago nada productivo; miro por la ventana por horas, espero que él aparezca y me sonría a la distancia.
Debe
medir un metro con ochenta y cinco centímetros; sus ojos no están
simétricamente alineados, tiene una nariz grande y tiene su barba un poco
crecida, tan varonil, que no puedo resistir. No sé cómo se llama; por ahora lo llamo mi visión. No
quiero sonar optimista, solo lo he visto dos veces mientras desayunaba
antes de salir a trabajar: sentado en su balcón tomando una taza de
café. Vive cruzando mi calle, en un tercer piso; su nombre no conozco ni lo que hace.
Con pasos agigantados, el reloj avanza sin compasión, y yo sigo caminando alrededor de mi departamento en medias y ropa interior. He
esperado y esperado: como cuando se espera una llamada importante y no puedes moverte de tu teléfono: lo llevas en la mano y te
aseguras que el volumen del timbre esté conectado -no puedes perderte
esta llamada- Recorro mi departamento con la vista fija a la ventana.
Parezco
como un animal encerrado en su propio deseo -el deseo de verlo-
mientras tanto el tiempo no se apiada de mis urgencias, sigue corriendo
como si tuviera que llegar a algún lugar...la que si tiene que llegar a
algún lugar soy yo. Me pongo mis pantalones y una camiseta; las botas negras y una bufanda gris. Todo lo hago corriendo desde el armario hasta la ventana, no quiero perderme el evento; no sé cuándo va a asomarse a su balcón.
Tengo
un momento de claridad que llega a mi mente como una daga de sensatez;
¿y si él no vive ahí? ¿Hay la posibilidad que solo haya estado ahí
de visita? Tal vez su novia vive ahí. Pero esa idea solo me hace reír. El es mi visión; no puede ser.
Corro
lo más rápido posible por el corredor y bajo las gradas, tan
atropelladamente que parece que mi pelo ha perdido la cordura; parece
como si hubiera llegado en un furioso auto descapotable o en la moto de
un atrasado repartidor de pizza. Con un poco de vergüenza en mi cara, espero un taxi ¡como pude perder tanto tiempo!
Mis ojos se abren al máximo, intentan decidir si lo que ven es una visión o la realidad: él me sonríe y yo también; caminamos del brazo, juntos.
Creo que ambos sabemos a dónde vamos; creo que él sabe quién soy. Yo sé quién es él.
Inevitable
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Alicia cayó en un hueco y entró en un mundo de fantasía; le sucedió algo que nunca hubiera podido imaginar, peor creer.
Poco
antes de caer, los fuertes abrazos que la guardaban, se desvanecieron
de un soplo y las manos cálidas que sostenían su alma se convirtieron en
un espejismo. Cerró sus ojos con
fuerza y los volvió a abrir, perpleja; nada de su mundo había cambiado,
los árboles seguían siendo altos y frondosos; la luna seguía en el
lugar de siempre, en lo alto de su cabeza junto a las mágicas estrellas y
el suelo seguía bajo sus pies, sirviéndole de principal escenario.
En fin todo parecía estar en su lugar, todo a excepción de algo que le recordaba a la estupidez.
Al parecer, ésta encontró una piedra y la disfrazó de corazón, le
colocó un par de dulces ojos; una boca que solo pronunciaba lindas
palabras y unas manos ligeras que producían música al tocarlas.
Al no saber de la charada, la inocente
piedra se defendía diciendo que enamoró a Alicia sin ninguna
pretensión; aunque en realidad disfrutaba de ver sus ojos llenarse de
luz y sus ideas de cálidas ilusiones. ¡Oh
iluso espíritu! -proclamaba la piedra con su falsa sonrisa, dibujada en
tonos rosas con tinta indeleble- ¿cómo puedes ser tan ciego y no ver
quién soy?
La estupidez confundida miró el escenario justo en el instante en que salió el sol: un fuerte viento sopló y en un segundo la sonrisa borró; el triste disfraz que con maestría y elegancia la piedra lucía, también desapareció. Inmóvil y fría, la piedra no pudo reaccionar –era solo una piedra- se entiende que nunca nadie le enseñó a hablar, o pensar y no se hable de sentir.
Alicia anhelaba hacer de este hueco solo una fantasía,
pero enseguida vio como su estupidez se trepó de un brinco a sus
mejillas; un dolor punzante ardía en su memoria y el desconcierto, junto a
la entristecida emoción llenaron sus ojos de una pócima salada.
A
pesar de que todo seguía igual, ya nada era igual en el mundo de
Alicia; una inerte piedra la había enamorado con falsas pasiones –la
piedra era solo una piedra- pobre, sin culpa se acostó panza abajo, se relajó y sintió el suelo frio e inmóvil que tanto había extrañado.
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Inevitable
‘¿Cuánto tiempo lleva ahí?’ – pregunté, tratando de aguantar la respiración
El olor nauseabundo y fétido invadió mi estomago recordándome todos los sabores probados ese día.
En
realidad, ya nadie entra a este cuarto por eso, no sabemos cuánto
tiempo lleva ahí – me respondió una voz con mucha tranquilidad.
Trataba de mantener la compostura – ¿Cómo es que nadie lo vio morir? ¿Nadie escuchó nada? ¿Estaba enfermo?
Después de tanto tiempo, ya nadie se preocupaba de él –pensé-
Tuve
que ser sincera conmigo misma; la verdad es que yo tampoco había ido a
esa habitación en mucho tiempo; ya nunca subía a ver si estaba ahí, feliz o si por lo menos había comido.
¿Cómo
podía la voz decirme esto con tanta tranquilidad? – Me preocupé-
tampoco a él le importaba; ya no entraba ahí, ya no veía si estaba bien;
creciendo feliz.
No podía pedir explicaciones ni sentirme enferma con el olor de la muerte -El había muerto
Pensamos que estaba ahí y estaba bien, pero dejamos de visitarlo y alimentarlo.
Así es el amor
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