domingo, 11 de septiembre de 2011

Janelas en Brasil


En realidad éramos todos desconocidos, nos veíamos dos veces a la semana por dos horas, pero poco sabíamos de nuestras vidas.  Un viaje se asegura de cambiar eso.

Llegado el día, todos en el aeropuerto con nuestras maletas, pasaportes, partituras y sonrisas; así apostábamos nuestro sueño de cantar en el Brasil. Muchos coros invitados a este gran evento, ¡seguramente iba a ser una experiencia para no olvidar!

Llegamos al Perú primero, ahí nos aventuramos a tomar el transporte público para conocer Lima, las ‘combis’ llenas de gente muy cordial, pero llenas al fin, fueron un interesante medio para conocer no solo la ciudad, sino la cultura del lugar.  Siempre nos asegurábamos de estar todos ahí, pero  nunca faltaba el despistado que se quedaba tomando fotos de hasta el detalle más mínimo para luego contrastarlo con su realidad y finalmente darse cuenta que los letreros y otros objetos no eran tan diferentes a los propios.

Caminamos por el Barrio del Barranco, cruzamos sin respirar el Puente de los Suspiros, pasamos bajo muchos soñadores balcones limeños y recorrimos la ciudad en un bus sin techo. Nuestro día terminó en el aeropuerto nuevamente, aunque, no sin antes probar la deliciosa comida del lugar, la que disfrutamos hasta el cansancio.

Al día siguiente llegamos a Belo Horizonte donde el resto de nuestro grupo nos esperaba, pero esa en realidad, no era la sorpresa que nos esperaba.  El hotel era gigantesco, con muchas piscinas y jardines; contaba con habitaciones sencillas pero agradables. Ninguna de nuestras caras de asombro terminaban de comprender que nuestra estadía iba a ser en el coliseo del lugar -una sola, gran habitación para las 21 personas llegadas del Ecuador -una sola habitación?- La ‘barraca esquecida’ (vivienda olvidada) como la bautizamos, fue nuestro hogar por unos cuantos inolvidables e interesantes días.  Mi cama parecía un triste sarcófago el cual por las noches tapaba con una cobija para poder tener un poco de privacidad -fue imposible dormir sin tener pesadillas o despertarme asustada por no saber dónde estaba-  Por las noches se agudizaban los ronquidos, risas y otros extraños ruidos provenientes de las otras camas; era preferible no saber - dormí todas las noches con mis audífonos puestos y música relajante.

Hombres y mujeres del coro, así como de la otra agrupación, compartíamos el lugar y eso incluía hasta el baño. No faltó el grito de susto o la risa nerviosa al encontrarse con alguien saliendo de allí en toalla o sin ella… Bostezando hacíamos fila todas las mañanas para ducharnos; ahí averiguábamos, sin querer los ‘hábitos de limpieza’ de todos -Era mejor relajarse y tomarlo todo con buen humor-  Nos vestíamos en los baños y jugábamos voleibol en el coliseo esperando a que todos estuvieran listos para ir a desayunar. 

Alguna vez, siendo adolescente viví algo similar y fue una de las mejores experiencias de mi vida. Sin embargo esto a los treintas, ya no suena tan divertido.

Contábamos con la guía de la ciudad más ineficiente, pasaba más tiempo en su celular pidiendo instrucciones, que explicándonos algo de los paisajes o lugares que visitamos.  Visitamos muchas iglesias, plazas, hospitales y teatros en donde compartíamos con la alegre, cariñosa y generosa gente nuestro repertorio.  Cantamos en español, quichua y portugués; esto último siempre parecía tocar los corazones de la gente, quienes nos regalaban sus amplias sonrisas, cálidos abrazos y palabras de agradecimiento.  En muchas localidades nos dedicaron canciones e interminables declaraciones de cariño eterno.  ¡Qué sorprendente es la gente en Brasil!
 
Cuando éramos niños era fácil hacer amigos, solo te juntabas con los que les gustaba hacer lo mismo que tu.  Así sentí la experiencia de amistad en Brasil: cuatro sopranos que llegaron a ser inseparables durante el viaje; nos reíamos y hablábamos, hasta sin hablar. Nuestra complicidad y afinidad me recordó a la adolescencia cuando encuentras tanto de tí en tus amigas, que prometes ser mejores amigas para siempre.  Esta amistad empezó ahí y será para siempre, de seguro. Totalmente conscientes de su significado, fuimos bautizadas como 'Janelas' (ventanas) y cada una con un sobrenombre: Mama Janela, Janela Campanita, Janela Rubicunda y Janela Langarota.  Nos dimos cuenta que no solo compartíamos el gusto por la música, sino por el buen humor y un algo más que nos unió ahí sin pensar.

Después de pocos días, pero muchas quejas, finalmente fuimos a otro hotel donde teníamos una habitación para las mujeres y otra para los hombres -Ahí pude dormir noches completas sin susto-

Nos presentamos en el teatro más antiguo de las Américas en un pueblo mágico llamado Ouro Preto; la noche se nos presentó clara, con muchas estrellas y una gran luna plateada sobre nuestras cabezas.  Parecía un milagro estar ahí, rodeados de tanta historia, nuestra música y gente increíble. 

Pasamos la mitad del tiempo viajando, recorriendo carreteras, pasando por pueblos y muchos paisajes, todos acompañados de nuestro buen humor, canciones, historias y ¡hasta de baile! -a pesar del cansancio-. Tuvimos un par de días en los que pudimos conocer la ciudad, los parques, mercados, museos y almacenes.  También logramos perdernos uno de esos días, gracias a la inútil guía de nuestra guía.  

Pedíamos ayuda a policías y extraños quienes amablemente nos dejaban usar sus celulares y hasta nos extendían invitaciones al cine.  Ese fue un largo y difícil día.
A los diez días de presentaciones y agotadores viajes regresamos a Quito. Todos nos sentimos muy agradecidos por la experiencia y enriquecidos por nuevos conocimientos. Nos encontramos con mucha gente interesante y reconocimos a los propios: pudimos ver todos sus lados, claros y oscuros; los que nos gusta mostrar y los que no también.   
Después de diez días, es difícil esconderse. Todos dejamos abiertas las‘janelas’ y nos dejamos ver.

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