viernes, 30 de diciembre de 2011

De castillos, hechizos y princesas

El hechizo se rompía a las 11 con 15 para ser exactos; a esa hora salía el último tren que llevaría a la princesa de vuelta a la realidad.  Pero, ella en su cuento y acompañada por el encantador príncipe de Francia, perdió la noción del tiempo y cuando llegó a la estación de tren eran ya las 11.30; cuando ya todo se habia esfumado.

Me desperté un poco antes de las 9 de la mañana y ya hacía mucho calor, mi hermana había salido para la universidad; tenia exámenes ese día. Con Ben habíamos quedado en buscar un punto medio para el encuentro –yo en Alemania y él en Francia - elegimos la ciudad de Luxemburgo. Había estado ya varias veces ahí, pero siempre me pareció que la magia de esa ciudad era digna de repetirla.  Cuando me bajé del tren, mi amigo ya estaba ahí, esperándome y listo para la aventura de ese día.
Recogimos información sobre la ciudad y de lo que podíamos ver ahí; todo era tan fácil al tener alguien, que entienda la lengua de esta ciudad y que logre comunicarse con su gente (con mejores resultados que los míos, en todo caso) Caminamos un largo trecho para llegar al centro de la ciudad, pero no nos importó, había mucho que conversar para ponernos al día en nuestras vidas.  Había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos habíamos visto y que habíamos compartido un paseo así. 
Es extraño  -siempre me pasa lo mismo ahí- el momento que camino por esas estrechas calles llenas de flores y almacenes de ensueño, es como si volviera en el tiempo y me encontrara en la infancia, con mis sueños de princesa y en la ciudad donde cualquier cosa puede suceder.  En esta ciudad fortaleza, donde por todo lado te tropiezas con las ruinas, los palacios, los puentes, el rio y las iglesias; nunca deja de sorprenderme. 

Bajamos unas gradas y nos encontramos con las catacumbas de la ciudad: Casemates du Bock, las cuales nos llevaron hasta el rio Alzette.  Es sorprendente, bajar por estos largos y oscuros túneles y descubrir pequeñas ‘ventanas’ por donde puedes disfrutar los paisajes de esta ciudad. Te quita el aliento ver a la distancia, los bosques, riscos y edificaciones que podrían fácilmente ilustrar un cuento de hadas.  
Cuando llegamos a la base de las catacumbas, salimos por una pequeña puerta para encontrarnos con un hermoso jardín a lo largo del río; donde la gente viene a leer, caminar y hacer deporte. No creo que pude hablar nada por unos cuantos minutos, al mirar hacia arriba y disfrutar la impresionante vista: una roca enorme que nos rodeaba y el majestuoso puente que simboliza a esta ciudad. 

Subimos por unas escalinatas que poco a poco se iban desenrollando y nos mostraban nuevamente las callecitas empedradas y las casas que parecían pegadas al peñasco por arte de magia. Finalmente, llegamos a la Plaza de Armas; ahí recorrimos las calles que la rodean, para descubrir lugares de esta ciudad que nunca había visto antes. Visitamos el Palacio de los Duques, donde se sentía no sólo la opulencia sino el poder de este país; las paredes de este lugar mostraban historias bordadas en grandes telas: en colores sobrios y con decoraciones que solo crees posible en tu imaginación. A esta ciudad le sobra la magia y la riqueza también.

Después de ver tantos lugares y de caminar sin descanso, a nosotros nos sobraba el cansancio y el hambre también.  En el verano, la luz trata de estirarse lo que más puede, por lo que nosotros tuvimos un largo día de descubrimiento y aventura. Sin embargo, cuando nos sentamos a comer, no nos dimos cuenta de la hora y lo cerca que estaba a perder el último tren a Alemania.  La estación estaba un poco alejada del centro, es por eso que aunque hubiéramos corrido –lo cual mis pies no lo hubiesen soportado- no hubiera alcanzado mi tren.


Cruzamos el puente hacia el lado moderno de la ciudad, fuimos a la estación;  fuimos a todos los lugares que se nos ocurrió en búsqueda de un teléfono aunque, sin suerte.  Todos los almacenes y tiendas cerraban temprano, así que no pudimos comprar una tarjeta para una simple llamada y avisar a mi hermana que no llegaría esa noche.


Era la primera vez, que veía a esta ciudad de hadas iluminada con tantas luces y decorada por una alegre luna, que nos seguía con la mirada y nos guiaba los pasos. 


A esta princesa le daba brincos el corazón, mientras su alma recolectaba imágenes, sonidos y sensaciones; tantas como pudo guardar. Después de tomar un café o un vino, siempre nos veíamos obligados a salir de los bares o cafés a los que íbamos, porque todos ya estaban por cerrar.
Mientras caminábamos encantados por esta ciudad, mientras reíamos sin parar; mientras compartíamos uno de los mejores días de mi vida, decidimos que tal vez necesitaríamos un hotel y ¡un teléfono! El teléfono lo encontramos en un ‘bar’ o algo así; nunca quisimos averiguar qué tipo de entretenimiento ofrecían ahí… me limité a hacer la llamada y salimos de ahí, corriendo y muertos de la risa.
El único hotel que pudimos pagar era en una extraña torre; nos ofrecieron dos tipos de habitaciones: con baño o con ducha. Nos miramos extrañados, sonreímos encogidos de hombros y elegimos la del baño. Eran las tres de la mañana, en realidad no íbamos a dormir mucho, especialmente en esa cama que no parecía digna de una princesa o un príncipe -sin embargo, el cansancio pudo más-

La mañana llegó pronto; nos despertó el calor del día y una fuerte luz posada en nuestros párpados.  Aunque el hechizo se terminaba a las 11 con 15 de la noche anterior; esta princesa seguía flotando en su cuento de castillos y magia. Al igual que la luz del verano, el hechizo se estiró lo que más pudo.
En la estación nos despedimos y nos subimos cada cual a su tren –yo llegué a Trier y él a Paris- De este viaje no sólo tengo fotos, sino muchos felices recuerdos de mi día de princesa en su cuento de hadas.

lunes, 19 de diciembre de 2011

El Valle de Su Soledad



El trueque lo hacía con naranjas; cruzaba el parque más de una vez llevando muchas de ellas para intercambiarlas por leche o pan.  Agustín Jaramillo y su perro caminaban despacio bajo el persistente sol, pero nunca con un signo de cansancio o malhumor, al contrario, este hombre de 96 años caminaba con una iluminada sonrisa y acariciaba con dulzura a su noble compañero de vida.
Estaba sentada en una banca -distraída por su ir y venir-  rodeada de verdes árboles; una iglesia antigua y montañas cortadas con cuchillos, tratando de leer la triste historia de 'Paula' de Allende. En la mitad de la plaza, estaba la pileta -esa a la que todos aclaman por su milagroso líquido- el sonido del agua que caía con alegría me hacía pensar, que el único milagro que hay en ese lugar es la paz. La brisa tibia que soplaba suavemente en mi cara, era como sentir un beso del milagro de la vida y su sabiduría. 

Corre el rumor de que en este lugar, todos viven muchos años por su milagrosa agua; el Valle de la Longevidad, lo llaman, yo lo llamaría el Valle de la Tranquilidad. Acostumbrada al movimiento, al ruido, al apuro y a la falta de tiempo; este pueblo inmóvil y sin relojes, donde las escenas corren en cámara lenta -sin música o efectos de fondo- contrastaban intensamente con mi vida. Y aunque me tomó un rato entender este espacio, sentada en esa banca, sonreí; era un espacio de silencio y paz. Tal vez algo que no había sentido en mucho tiempo.
Mi mirada, inevitablemente encontró la suya; Agustín se acercó a mi banca y su incondicional amigo rozó su cabeza con mi pierna. Era como conversar con un amigo -de esos de siempre- hablamos de Isabel Allende; recitó sus poemas favoritos y cantó  las canciones de Julio Jaramillo, quien además, me aseguraba era su primo. Ya no podía trabajar en su propiedad por sus avanzados años, pero como los árboles de naranja producían sin ayuda en este valle bondadoso, éstos, ahora lo mantenían. El trueque lo hacía con sus amigos, cambiaba naranjas por todo lo que necesitaba. 

Su perro, en ocasiones se quedaba conmigo en lugar de acompañar a Agustín a sus negociaciones; me acompañaba mientras leía o escribía. Me da nostalgia pensar que no recuerdo su nombre, pero el recuerdo de su dulzura me basta.  En esa banca del parque, Agustín, con lágrimas en sus ojos me contaba sus historias de amores truncados; resentimientos que ya no recordaban su por qué y relaciones que jamás volverán. Estar solo es lo peor que le puede pasar a alguien -eso repetía con frecuencia.
            “Si tuviera una hija, me gustaría que sea como Ud.

Cuando un extraño con quien no se tiene nada en común te dice algo así, el alma se te llena; toca tu sensibilidad, en lo más profundo.  Agustín y yo sentados en la plaza llorando, acompañados de su noble amigo como testigo.
Visité su casa, junto a mi compañero de viaje; le llevamos unas galletas y un poco de leche. Agustín y su perro estaban muy emocionados por tener visitantes y nosotros estábamos conmovidos por su generosidad y amabilidad -a pesar de su pobreza. No sé si dejó que le tomáramos una foto, pero sí recuerdo que nos regaló una que él tenía pegada en su pared. La encontré recién y me hizo recordar esta historia.
  

Ya en la noche, acostados boca arriba, con la mitad de nuestros cuerpos dentro de la carpa y la otra fuera para poder ver el mágico cielo con millares de estrellas; tan cercanas, que parecía que las podíamos tocar. La conversación giraba alrededor de las experiencias de ese día: de Agustín, de su sencilla vida y su sabiduría; a veces también nos interrumpía el silencio, para poder apreciar mejor la caída de una estrella fugaz o para escuchar mejor nuestros propios pensamientos. No podía evitar pensar en nuestra partida a la mañana siguiente; la despedida de Agustín y su perro –iba a ser difícil, lo sabía-. Si en realidad fuera su hija no podría dejarlo ahí. La soledad es lo peor que le puede pasar a alguien: esa frase resonaba en mi cabeza. 

Un hombre tan sencillo, alegre y generoso con noventa y seis años de soledades, silencios y arrepentimientos.    

Él me aseguraba que no era el agua ni nada en el aire, lo que hacía que la gente viviera tantos años en ese lugar, sino un traguito de aguardiente todas las noches y un cigarrillo con los amigos; a pesar de todo, siempre trataba de sonreír a su realidad y encontrar paz en su vida.
Aún así, yo sólo podía pensar, que aunque Agustín vivía -en lo que yo describiría- como un paraíso, su vida había sido triste y solitaria. Qué importa vivir treinta o cien años si no tienes una mano que te acompañe y un alma que despierte tu corazón.  Tantos años para recién darse cuenta que la vida no vale la pena, si no se tiene una pareja o una familia que sostenga tu vida con su amor.

Agobiada por su historia, no pude dejar de hablar durante todo el camino de regreso: de Agustín y su perro en el Valle de Su Soledad. Estoy segura, que aunque me escuchaba con atención, mi amigo no terminaba de entender mi tristeza.  Asumí la realidad, de que llevarlo a Quito no era una opción.

La verdad es que no había pensado en esta historia en mucho tiempo –casi ocho años creo- Es extraño las cosas que recordaba de esta experiencia, detalles y palabras que pensé olvidadas.  Y aunque no pude parar las lágrimas mientras escribía, tampoco pude dejar de sentirme inmensamente bendecida por el cariño con el que vivo rodeada: el de mi familia y amigos. 

Estoy segura que tengo y tendré muchos arrepentimientos y frustraciones en la vida, pero sólo espero que mi vejez me encuentre acompañada, o por lo menos alimentada con cálidos y felices recuerdos.  

martes, 13 de diciembre de 2011

Paris - Give & Take


Bajo la Torre Eiffel

Con un poco de nostalgia me despedí; le dije que la extrañaría y ella, aunque con un poco de indiferencia, me dijo ‘nos volveremos a ver’.  
Yo sé que algún día nos volveremos a ver, Paris.
Era una mañana de primavera, el reloj en ese día, decide todos los años avanzar una hora. Eso significaba -cuando llamaron por teléfono a nuestra habitación del hotel ¡que estábamos tarde para el check out! 
A ninguno de nosotros se nos ocurrió pensar en esto…
Salimos del hotel un poco desaliñados y con nuestras maletas hechas al apuro; tomamos el metro hacia el centro donde mi amigo Ben nos esperaba para recorrer Paris.  Era una mañana fría y aunque en la tele decía que iba a llover, tuvimos un cielo despejado.  Los árboles de la ciudad se veían tristes, algunos desnudos y grises; otros parecían ya sin vida. Éramos cinco, mi hermana menor, su novio, una amiga de ellos del colegio; Ben -a quien había conocido en Quito cuando visitaba América Latina con su papá- y yo.  

Mientras evitábamos pisar los charcos, de la lluvia de días anteriores, todos conversábamos y nos reíamos animadamente. Los temas eran variados; uno de ellos era la historia de mis papis cuando visitaron Paris; eso, conectado con las fotos de sus viajes solo nos hizo reír a mi hermana y a mí. Ellos viajaban en tours con todo planificado, parecían modelos de revista; con la mejor ropa y gafas, super hiper modernos.  Nos reímos porque nosotros parecíamos pordioseras a comparación, un tanto despeinadas –no puedo decir sucias, pero como no nos habíamos bañado o cambiado la ropa del día anterior, así nos sentíamos- 
No teníamos plan. Dos días antes, salimos en un auto rentado desde Alemania -donde mi hermana vive- reservamos un hotel por internet; hablé con Ben para coordinar nuestro encuentro; hicimos sánduches para el camino y salimos para Paris. Decidimos recorrer las carreteras rurales, primero para evitar pagar un montón de euros en los peajes y después para poder conocer más del paisaje.  Recorrimos pueblitos en Alemania y Bélgica antes de llegar a Francia.  Después de repetir varias veces los pocos cd’s que llevábamos; al llegar a Paris encendimos la radio y escuchamos una canción -que poco después se convirtió en la bandera de nuestro viaje- por la frecuencia con que la escuchamos, durante ese fin de semana:
I'm a new soul
I came to this strange world
Hoping I could learn a bit 'bout how to give and take

Estábamos en la parte moderna de la ciudad, muchos altos edificios, autos y muchas luces. Nos perdimos varias veces en esta coqueta ciudad -un poco difícil de entender- hasta que finalmente después de muchas vueltas, llegamos a la estación de metro donde nos encontraríamos con Ben, a quien no había visto en un año. 
Nuestra primera caminata por el romántico Paris, fue en la noche -hacía mucho frio- pero eso no impidió que disfrutemos cada paso y veamos maravillados los muchos e increíbles edificios de esta ciudad.  Llegamos a la Île de la Cité, donde se dice que se asentó por primera vez la tribu celta Parisii; mientras tanto Julio Cesar luchaba con un famoso líder galo para adueñarse de la ciudad. Se sentía increíble pisar por estas angostas y empedradas calles, donde tanta historia había sucedido: todos los edificios y casas parecían importantes o que guardaban algún misterio indescifrable.  

Caminamos por el puente nuevo hasta una plaza donde probamos nuestro primer crepe de azúcar. El dueño del lugar fascinado con nosotros, quiso probar su español- nadie se atrevió a decirle que lo que había dicho no tenía sentido; solo le sonreímos y agradecimos por la crepe.
Al día siguiente -después de lo sucedido en el hotel- fuimos a conocer todo lo que un visitante quiere ver en esta ciudad; la avenida más hermosa del mundo: los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo, Montmartre, la Iglesia del Sagrado Corazón, la Casa de la Opera Garnier, El barrio Latino, La Alcaldia, La Iglesia de Notre Dame y claro está, la torre Eiffel en donde disfrutamos un show espontaneo de‘Tecktonic’. Una batalla de grupos, todos vestidos con colores neon y peinados super locos. Nuestra idea de lo fachosos que estábamos ese día, cambió un poco aunque, cuando buscaba buenas fotos para esta entrada se podrán imaginar lo poco que encontré...

En la noche, agotados fuimos a la casa de Ben la que está ubicada en el centro de la ciudad –en una calle peatonal. Por un segundo me sentí como si estuviera en algún cuento de la literatura romántica francesa: la calle siempre invadida de gente, muchas tiendas especializadas; la panadería, quesería, charcutería y verdulería. Esa noche nuestro hospitalario guía nos preparó la cena; probamos deliciosos vinos y quesos, jamones y aceitunas. Mi boca y estomago estaban felices y satisfechos. 

A la mañana siguiente nos sorprendió una aburrida e inmutable llovizna,  la que nos obligó a buscar refugio y que mejor, hacerlo en el museo del Louvre.  En realidad recorrimos muy poco en las muchas horas que estuvimos ahí; había tanto que ver y tanto que aprender. 
No quería regresar; quería pasar más tiempo en sus calles, en su arquitectura, en su historia, en sus sabores, en su idioma y en su gente, pero tuvimos que despedirnos. 
Regresamos a Alemania con mucho más de lo que habíamos esperado. 
Cuando Ben y su padre llegaron al Ecuador -por recomendación de unos amigos en común con mis papis- yo recorrí Quito con ellos y les mostré sus alrededores encantada. Nunca pensé en realidad, que el favor se me iba a devolver. 
Mi alma se sintió renovada después de esta experiencia –como dice la canción- a pesar de que a veces este mundo puede parecer un lugar extraño, la gente con su amabilidad, te puede sorprender.
Algún día te volveré a ver Paris –en un día de sol tal vez.

New Soul – Yael Naim

domingo, 27 de noviembre de 2011

One

Esta historia nunca pasó en su totalidad, pero todas las ideas que use aquí son reales.  Esta es una historia hecha con parches de mi vida y parches de otros también.


“No attachments”
I have no idea where I read this or if it was even related to what I had connected it with.  I have always dreamed of traveling to India; I loved watching movies and reading books about India.  I was fascinated by its culture, its smells, colors and many of its contradictions.
Without even thinking I clicked 'yes' and right there! I had just bought a ticket to visit my dream country.  A lot of people looked at me with a fake smile thinking I was a little crazy and I did in fact, felt a little crazy.  For the first time in my life I felt like I had everything fall into place; got the perfect job with the perfect hours. I had finally found a person that I could see myself with in the future and that I could definitely fall in love with.
Sitting in front of my computer, I clicked ‘yes’, but not for the house loan I intended to get but, to go to India.
“No attachments”, I laughed
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I unfolded the blue piece of paper that Tomas left on my night table, which I refused to read before I was on the plane.  I told him about my trip that night; I told him I didn’t know for how long I was going to be there but, that I definitely wanted to be in touch.
The person sitting next to me on the airplane was looking outside the window without even paying attention to what I was doing or saying, or perhaps was just trying to ignore me…
When I was little I remember when my parents left me with my aunt to go on a tour around Europe. The feeling of abandonment occupied a big space in my heart and, all I could think of, was that I was never going to see them again.  My world fell apart for a couple of weeks or so, until the day they came back with tons of presents and, of course a normal life for me.
I could understand that Tomas was feeling like I was abandoning him, but I wasn’t.  My heart was in actual pain with just the idea of leaving him in bed every morning to go to work; that made me sad every day! 
Could I go away from him without feeling so attached?
But really, what was the real reason why I wanted to do this?
I have not felt this close with anybody like I did with Tomas, he was really smart, funny and very sweet guy; he made me feel safe when I was around him. We did many things together, we got along and for a change this didn’t scare me.
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On that plane with all that time and so little sleep, all I could do was wonder.  When my sister got married, I must’ve been 15 and to be honest, I was having a hard time believing in love; it was all a fairy tale to me.  During the ceremony, I heard the priest say that they had become one now.  That word lingered in my head for a long time; did I ever want to become one? What exactly does that mean? The only thought of that, really scared me.
They say when you are about to die, memories of your life just keep flashing and you go back to places and experience things you had almost forgotten.  I was certain I wasn’t dying but, my mind sure took me to places I had not thought about in a long time.
The night I met Tomas all I remember, was that we talked a lot but I don’t remember being impressed by anything really and quite honestly, I was having a hard time remembering if I felt attracted to him or not.
I was late to Christine’s party so I decided to stop at the store to get her a bottle of wine; I knew she was going to appreciate it. I met Tomas there but I didn’t think much of that night or of Tomas for that matter.

My hands were shaking and I felt like I was glued to that blue note; the note was so short and looked so naked on such big piece of paper.  His words were simple and yet, they made me cry. I was, in a way relieved that the person sitting next to me decided to ignore me. Tears kept pouring and landed on the blue paper that now was a very dark and wet paper, his words looked bigger and suddenly they sounded so loud, too loud.
How can you become one with someone so different from you?
“No attachments” – Did I read this at the post office?
When I handed my resignation my boss looked at me puzzled, she asked me if I was unhappy there. On the contrary, I replied.
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Everything was so quiet and so dark on the airplane; just a few lights were on.  Mine was off and I was a little cold.  That reminded me of those long nights when I was trying to fall asleep and had a hard time because all I could hear was either my mom crying or my dad yelling. Were they one or were they just attached to the idea of being one?
I wanted to see Tomas and tell him I was going to miss him, we didn’t say goodbye. All I had was a wet blue note with loud words that my heart didn't know how to answer.
It was very difficult for me to understand why after fifteen years of marriage, my sister had decided to end that life. She asked me to go with her to her lawyer’s office.  My mind flew to the day of her wedding; they were so young and so happy, so together. They were one to me.

Apparently I had accepted a glass of wine that was offered by the flight attendant, I tasted it; that almost bitter but heavenly taste took me to our first date.  It wasn’t anything fancy, I remember thinking that he was cute but what I can vividly remember was our first kiss, it made my head spin. However, I wasn’t sure if that was all the wine I had earlier or just the kiss, or both.
I read his note again and I could picture him writing it while I was sleeping. I wondered if he cried.
Why did I click yes? No attachments?
My cup was empty, this red liquid that relaxes me and sometimes puts me to sleep didn’t help this time. 
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I woke up one night, went downstairs and saw my parents sharing a glass of wine and laughing. They were looking at some pictures and talking. They seemed so together, like one. I went to bed with a warm feeling in my heart; I slept so well that night.
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My flight was long, too long! The person next to me slept the whole way, while all I could do was stare impassively to the seat in front of me. 
The first thing I did when I got there was to go for a walk, as I walked past many people and heard noises and voices; the heat and the smells slapped me in the face.  I realized I knew nothing about this place, all the movies and all the books seemed made up at this point. I was not normally comfortable with the unknown.
“I hope you find what you want”, those simple words yet loud words written on such a small blue piece of paper were still there. My mind and my heart were just so unsettled.
I wasn’t sure I knew what I wanted. I seemed ok. with the unknown
I could hear in the distance people repeating words, nothing made sense to me; it was like chanting, almost singing; very touching.  
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My sister and I went into a church after we visited her lawyer and even though I don’t consider myself a religious person, the energy of that place filled my heart with a solemn feeling. I asked for my sister to be one again. I secretly asked to be one myself.
Why did I feel so fondly of him, what did I see in Tomas? I had no idea how to answer that
All I could think was that even without a glass of wine, that kiss still makes me fly, even with the only thought of it!
He told me he didn’t like goodbyes. I rested my head on his chest until I fell asleep.
When my dad died I wondered if my parents were one. I wasn’t sure, but they certainly stayed together until that day. 
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Without even thinking I clicked ‘yes’
I didn’t know what I wanted and I was sure I didn’t find it
I opened Tomas' note and I smiled. I wanted to go home
Were we one?
I was happy with the unknown.

domingo, 20 de noviembre de 2011

I got a ‘ Philly ’ that tonight it’s gonna be a good night...

Siempre he dicho que tengo un problema en los pies –no les gusta estar quietos- siempre están buscando a dónde ir.  No porque no les guste donde están, Quito es un lugar que les hace feliz, pero por alguna razón siempre quieren ver más; buscan aprender más.   Hace un tiempo, mi hermana menor se fue a vivir a los Estados Unidos en un pueblito cerca de Filadelfia. No sólo me atraía la idea de conocer esa ciudad, sino de ver cómo la gente de sus alrededores viven como si estuvieran en el siglo pasado: los Amish de Pennsylvania.
Aterricé en el JFK en Nueva York, una de mis ciudades favoritas en el mundo – claro que hasta esa fecha mis experiencias en esta ciudad habían sido en el lado increíble, viviendo a cinco minutos del Central Park en un edificio de lujo, comiendo en lugares caros, yendo a conciertos y obras de teatro; visitando museos; yendo de compras – en fin, sintiéndome en la cima del mundo.  Salí del aeropuerto y tomé el metro hacia Queens, uno de los otros lados de la ciudad -no  tan increíbles como Manhattan-  Llegué a un barrio tranquilo con casitas una pegada a la otra; todas de piedra o ladrillo visto, con gradas en la entrada y letreritos que daban la bienvenida a los transeúntes. Algunas tenían flores en la entrada, otras gnomos de cerámica y otras hasta muebles y parrillas instaladas en los garajes. 
Era una realidad diferente -más familiar se podría decir- especialmente porque mientras caminaba por estas calles vacías y pasaba por las ‘bodegas’ -como llaman los latinos a las tiendas- lo único que escuchaba era español y reggaetón a todo volumen en los autos súper tuneados que pasaban por ahí, además de uno que otro coqueteo.  
La casa a la que llegué estaba llena de latinos -no todos legales en el país- me sorprendió saber que a pesar del tiempo que ya todos vivían ahí, su conocimiento del idioma, la ciudad, el uso del metro y otras cosas –para mi importantes- no eran de su interés.   En todo caso, antes de juzgar, pensé que siempre era mejor observar y conocer sus razones. 
Una de las chicas que vivía ahí era de Republica Dominicana, ella vino a los Estados Unidos para estudiar: su papá era el alcalde de la ciudad de donde ella venía y quería estudiar administración para ayudarlo con sus negocios. No mucho tiempo después de haber empezado sus clases, conoció un chico de quien se enamoró. Para no alargar su historia, su hijo tiene ahora ocho años, él no conoce a su papá pero esto no parece preocuparle; su mamá le dedica todo su tiempo y cariño.  Estaban las dos hermanas que en Colombia trabajaban como modelos, la una muy alta y guapa, la otra no tanto. No parecían venir de un nivel cultural muy alto, puesto que sus conversaciones eran demasiado simples y poco interesantes. Su madre quiso suicidarse después que su esposo la dejara y se fuera a vivir a Venezuela; ahora divorciada vive en Bogotá en una clínica psiquiátrica, la cual ellas tienen que pagar.
Mis pies tuvieron que continuar su camino; en un bus llegué después de un par de horas a Bloomsburg, donde me esperaba mi hermana a quien no había visto en dos años. Siempre se siente bien verla –es tan natural reírnos de todo y de nada.  En la casa donde ella vivía también se escuchaba el español: ahí vivía una chica de México y otra de España –aunque con sus historias y realidades pude relacionarme mejor- llegaron ahí en un programa de estudios internacionales al igual que mi hermana.  Es extraño decir esto, pero fue un alivio estar ahí.
Todas las casas y edificios del lugar tenían inscripciones sobre eventos históricos que habían sucedido ahí. En una de esas casas asistí a una fiesta de disfraces, todos vestidos como en los años 20: la mafia italiana, rusa, latina, entre otras. El objetivo era descubrir al asesino del dueño de la casa (Clue). Fue muy divertido seguir las pistas; recorrer esta casa tan antigua y con tanta historia y a la vez conocer a tanta gente de muchos lugares del mundo que estudiaban ahí.
Al día siguiente mi hermana y yo viajamos a Philadelphia, la ciudad más grande de Pennsylvania y que además, fue algún día la capital provisional de los Estados Unidos.  William Penn la bautizó como la ciudad del Amor Fraternal –philos que significa amor y delphos que significa hermano- Esta es una de las ciudades más antiguas del país, así que la caminata cultural iba a ser emocionante y muy enriquecedora. Mis pies se sentían con mucha energía para empezar el día visitando antes que nada la casa de Benjamin Franklin y el Museo de las Artes con un graderío famoso donde se filmó la película de Rocky.
Da la casualidad que ese día era Viernes Santo y en las calles había muchos niños que iban a una pequeña feria de Pascua; nos llamó la atención porque ahí regalaban orejas de conejo. Las aceptamos con una gran sonrisa y así, haciendo honor a nuestro apodo familiar, caminamos por las callecitas de ensueño rodeadas de unas hermosas casas y árboles primaverales; cruzamos el puente sobre el rio Delaware, nos tomamos fotos en la Campana de la libertad y en el Independence Hall donde fue firmada la declaración de independencia -todo esto acompañado de sinceras sonrisas de la gente que pasaba; comentarios muy divertidos y lo mejor de todo, las caras de sorpresa de todos los niños con los que nos cruzábamos.
Vista desde Museo de las Artes
Había una gran avenida donde estaban las banderas de todo el mundo; esta nos llevó al parque Love y al parque Fairmount donde nos tomamos fotos muy divertidas bajo los árboles de primavera  -imitando a las turistas asiáticas que hacían lo mismo- Mis pies ya cansados me pidieron un descanso, así que nos sentamos en una de las banquitas donde pudimos ver todo tipo de actividad artística y deportiva: tap dancing en patines, músicos, ciclistas y mucha gente que compartía con sus amigos y familias de comida bajo el sol. 
En la noche fuimos a South Street donde los almacenes, restaurantes, luces y música cobraron vida; había mucha gente disfrazada de zombies –en referencia al día de resurrección de Cristo, me imagino- así que nuestras orejas de conejo ya no eran una gran atracción, sin embargo, para nosotras fue el toque que hizo de nuestro día, un día muy especial ¡Philly nos dio un día sensacional!
En el día, esta calle se transforma en un lugar de cultura y conciencia ‘verde’, muchos de los talleres, museos y almacenes que ahí existen buscan de cuidar de nuestro medio ambiente; dando muchas ideas sobre qué hacer con la basura.
Mural hecho con basura
Mis pies regresaron a su Quito muy inspirados con todas estas ideas que podía aplicar en mi vida y en mi trabajo. Nunca pudimos visitar el Dutch County, así que me tuve que conformar con la única experiencia cercana que tuve con los Amish, que fue cuando caminaban hacia  el Battery Park desde el Farmers Market en Nueva York.
El philos delphos fue el punto máximo y más importante de este viaje, nunca me había sentido más cercana a mi hermana y más conectada con nuestras ideas.  
Las risas imparables y el cariño que nos tenemos hicieron nuestra visita a Philly el mejor feeling que yo había tenido en mucho tiempo.
Con historias felices y otras trágicas de la gente con la que me encontré en este viaje, pude ver que hay pies que no eligen donde estar y que a pesar de todo lo que tienen que caminar y sacrificar, solo les interesa encontrar una vida mejor. Existen otros pies que pueden ir a donde quieran y buscan aprender más y más de la vida; hay otros que no les importa cuánto haya que caminar si eso significa llegar hasta la gente que aman.

martes, 18 de octubre de 2011

Los Vegas - Mi primer cuento


Cuentos hemos escuchado toda la vida; oímos cuentos de la amiga, del señor que trabaja al lado, de nuestras mamás;  escuchamos cuentos que no son cuentos… en fin, los cuentos están alrededor nuestro y algunos vale la pena publicarlos y otros no.

Después de hablar con un amigo pintor, nos pareció interesante usar sus dibujos para hacer un cuento, con posibilidades de publicarlo luego.  No quiero poner el cuento aquí, porque es demasiado largo para incluirlo en un blog, pero si alguno de Uds. está interesado en opinar sobre el primer borrador que hice, me avisa para mandárselo por mail. Porfis, porfis…

Jan, que es el ilustrador, vino de Holanda para pasar vacaciones hace unos cuantos años y desde ahí viene una o dos veces al año para aprender más de nuestra cultura y de nuestro arte.  El hizo unos cuadros basados en las culturas pre colombinas del Ecuador, que es lo qué usé para el cuento.  Es un cuento dual (en español e inglés) dirigido a niños de 7 a 10 años y que además de hablar sobre nuestras culturas, es un libro para la concientización ecológica. - La idea es que después de decidir si es que el cuento es digno de publicar o no, y viendo la respuesta de la gente, se hará otro libro dual (español-holandés)

El cuento se llama ‘Los Vegas’ ya que es el apellido de los niños protagonistas, pero lo tomé en referencia a la Cultura ‘Las Vegas’ en la Península de Santa Elena.  Hay algunas referencias de nombres y lugares que están conectados con nuestra historia; algunos son más sutiles que otros.
Como el ilustrador no está aquí en Quito y todavía no ha leído el cuento, las ilustraciones que incluí son solo tentativas –solo para que el texto no se viera tan simple-
En espera de sus respuestas…

domingo, 25 de septiembre de 2011

Las 3 Pes: Plata, Pasaje y Pasaporte


Como siempre decía mi papá, cuando viajes prepara las 3 Pes: plata, pasaje y pasaporte.  Parecía que estábamos listos para la aventura, era la primera vez que viajábamos juntos -tan lejos y por tanto tiempo-  

En mi cabeza rondaban muchas preguntas superfluas; mientras la azafata pasaba por los asientos repartiendo bebidas, yo solo pensaba si el roncaba o si no nos íbamos a matar después de un mes de convivencia. 
Llegamos a Worthing; mi acento gringo siempre desconcertaba a todos los ingleses con quienes me encontré; todos comentaban sobre 'mi país' y como siempre habían querido visitar ‘The Great Cannyon’ – yo también, les decía irónicamente-. Creo que muy pocos se percataban después de eso, que no era de los Estados Unidos.  Soy de Ecuador les decía, hablando lento y muy claro. Al parecer la geografía no era su fuerte. 

Todos eran muy amables conmigo y por alguna razón sentían la necesidad de explicarme más cosas de las que necesitaba saber, cosas muy personales de la gente o simplemente comentarios que no se hacen a extraños.  Enseguida me di cuenta que los pueblos pequeños son grandes infiernos en cualquier lado del mundo.

Una mañana me desperté con una gran sorpresa sobre mi cama, era una nota que decía: ‘nos vamos a Turquía, prepara una maleta pequeña’ – nada borró mi estúpida sonrisa todo ese día-
Llegamos al aeropuerto de Dalaman donde habían tres ventanillas: Países de la Comunidad Árabe, Países de la Comunidad Europea y Otros; esta última fue en la que me ubiqué, a pesar que Ecuador no estaba en la lista de países escritos ahí. Cuando entregué mi pasaporte al oficial, éste lo analizó con mucho cuidado y curiosidad. Después de varios minutos me preguntó si era un pasaporte de verdad.  Pensé que tal vez no había entendido su pregunta debido a que su inglés era muy malo, pero no, él me aseguró que Ecuador era una línea y no un país. Gracias a Dios alguien con un mapa apareció a su lado. Con su avergonzada sonrisa me pidió disculpas y salimos de ahí con la cuenta del taxi cubierta por el aeropuerto por el inconveniente.

¡Qué país tan interesante y mágico! todo, desde los olores hasta la música era como flotar sobre el cuento de mil y una noches.  Las calles llenas de gente; las tiendas que llenaban de colores y dulces aromas nuestro camino; las miradas y sonrisas de la gente; la deliciosa comida; los tejidos y artesanías, los rezos públicos – todo invadía mis sentidos – Sin contar con el insoportable calor que hacía.  Una mañana, después de desayunar fuimos al puerto y tomamos un bote que nos llevaría a conocer las islas de alrededor y el hermoso paisaje de Anatolia.  Disfrutábamos del sol y el aire salado acostados en la cubierta, cuando finalmente me levanté, la parte superior de mi bikini cayó al suelo junto  con mi sonrisa y serenidad.  El broche, que era de plástico, se derritió bajo el sol. Pase muerta del calor usando la gigantesca camiseta de mi novio, que amablemente me prestó. Puedo asegurar que después de este momento éramos la pareja más popular y conocida del bote. 
Cada vez que pienso en este viaje no puedo evitar sonreír, no solo porque fue una experiencia increíble, si no por las cosas tan inesperadas que vivimos.  Una madrugada, durmiendo en nuestro hotel, alguien entró en nuestra habitación y se robó mi mochila. Por suerte mi pasaporte y mucho del dinero que traía, estaban en el bolsillo de la falda que había estado puesta el día anterior.  Vino el dueño del hotel y la policía a tomar las huellas digitales de la habitación; teníamos un grupo de 6 personas quienes trataban de imaginarse como había podido suceder eso en un segundo piso del hotel. Después de muchas preguntas y horas de trámite, finalmente recibí el informe de la policía - que era lo que yo necesitaba para el seguro de viajes- y para mi sorpresa, mi mochila apareció en un parqueadero, aunque vacía.

Después de esta gran aventura fuimos a Londres por una semana -una semana increíble- conocimos muchos lugares y mucha gente interesante.  Soportamos el día mas caliente de la historia de Inglaterra en los últimos treinta años, tanto así, que como habíamos ido de compras para la cena y las dejamos dentro del auto: una botella de aceite de oliva hirvió y explotó ahi dentro. Tuvimos que comprar toallas y muchos periódicos para poder limpiar el auto y continuar nuestro viaje.    Un  extraño olor a comida italiana invadió nuestras ideas todo el camino.
Pasamos por muchos pueblos y visitamos grandes castillos; nuestro destino final de ese día fue un pueblo del Peak District muy pequeño, pero encantador, se llamaba Castleton. Ahí tuve la más extraña sensación: yo ya había estado ahí alguna vez -en otra vida tal vez- Reconocí caminos y sabía exactamente donde estaba la iglesia y otros lugares del pueblo.  La cara de asombro y extrañeza de mi compañero de viaje no se comparaban con mi cara de asombro y extraña sensación en mi estómago.  -Nunca se habló o menciono este episodio del viaje-.  El verde de los alrededores, el silencio y las ovejas negras pastando en las montañas nos dejaban sin aliento y sin nada que decir por muchas horas de viaje. Disfrutamos cada segundo del paisaje y de las paredes de piedra hechas como rompecabezas. Esto  nos hizo pensar en un poema de Robert Frost, ‘Mending Wall’ que ambos conocíamos. 


Before I built a wall I’d ask to know
What I was walling in or walling out,
And to whom I was like to give offence.
Something there is that doesn’t love a wall,
That wants it down.

Una de las frases que mas me han gustado en la vida, es de este autor “Nunca destruyas una pared, a no ser que sepas porque fue puesta ahí". Buenas paredes, hacen buenos vecinos, así dice el poema. Esto me hizo pensar en cómo este hombre sentado a mi lado, quien tomaba mi mano con dulzura, también levantaba paredes -muchas cosas y secretos que el guardaba para sí-  Cosas de su pequeño mundo que jamás iban a ser mi infierno. No necesitábamos saber todo lo que pasaba por nuestras mentes para saber que el amor que sentíamos el uno por el otro nos hacia buenos vecinos en la vida. Después de algunos años comprendí que estas paredes que levantamos juntos nos habían encerrado en nuestros infiernos y a la vez dejado fuera de nuestros pequeños mundos.

Puedo decir, sin temor, que este viaje nos cambió; no solo nos dejó conocernos más, sino que nos hizo vivir mil meses en uno.  A nuestro regreso, nos esperaba una noticia desgarradora, la peor noticia que un hijo puede recibir. Su mamá había muerto después de una larga e incurable enfermedad.  Fue ahí, que aprendí a ser compañera en su dolor, en sus silencios, en sus confusiones.  Hablábamos sin hablar, nos acariciábamos con la mirada y nos tomábamos de la mano. Caminamos así, en esta ausencia mucho tiempo. 

Cada vez que viajo pienso en las tres Pes,  aunque ahora ya sé, que no importa cuan preparado creas estar, nunca se puede estar preparado para todas las cosas que te puedes encontrar en un viaje -en la vida- Las alegrías y sorpresas; el dolor y la tristeza; el amor y la amabilidad; la ignorancia e irrespeto, los regalos y los robos, los finales y los principios. 


Mending Wall - Robert Frost

domingo, 11 de septiembre de 2011

Janelas en Brasil


En realidad éramos todos desconocidos, nos veíamos dos veces a la semana por dos horas, pero poco sabíamos de nuestras vidas.  Un viaje se asegura de cambiar eso.

Llegado el día, todos en el aeropuerto con nuestras maletas, pasaportes, partituras y sonrisas; así apostábamos nuestro sueño de cantar en el Brasil. Muchos coros invitados a este gran evento, ¡seguramente iba a ser una experiencia para no olvidar!

Llegamos al Perú primero, ahí nos aventuramos a tomar el transporte público para conocer Lima, las ‘combis’ llenas de gente muy cordial, pero llenas al fin, fueron un interesante medio para conocer no solo la ciudad, sino la cultura del lugar.  Siempre nos asegurábamos de estar todos ahí, pero  nunca faltaba el despistado que se quedaba tomando fotos de hasta el detalle más mínimo para luego contrastarlo con su realidad y finalmente darse cuenta que los letreros y otros objetos no eran tan diferentes a los propios.

Caminamos por el Barrio del Barranco, cruzamos sin respirar el Puente de los Suspiros, pasamos bajo muchos soñadores balcones limeños y recorrimos la ciudad en un bus sin techo. Nuestro día terminó en el aeropuerto nuevamente, aunque, no sin antes probar la deliciosa comida del lugar, la que disfrutamos hasta el cansancio.

Al día siguiente llegamos a Belo Horizonte donde el resto de nuestro grupo nos esperaba, pero esa en realidad, no era la sorpresa que nos esperaba.  El hotel era gigantesco, con muchas piscinas y jardines; contaba con habitaciones sencillas pero agradables. Ninguna de nuestras caras de asombro terminaban de comprender que nuestra estadía iba a ser en el coliseo del lugar -una sola, gran habitación para las 21 personas llegadas del Ecuador -una sola habitación?- La ‘barraca esquecida’ (vivienda olvidada) como la bautizamos, fue nuestro hogar por unos cuantos inolvidables e interesantes días.  Mi cama parecía un triste sarcófago el cual por las noches tapaba con una cobija para poder tener un poco de privacidad -fue imposible dormir sin tener pesadillas o despertarme asustada por no saber dónde estaba-  Por las noches se agudizaban los ronquidos, risas y otros extraños ruidos provenientes de las otras camas; era preferible no saber - dormí todas las noches con mis audífonos puestos y música relajante.

Hombres y mujeres del coro, así como de la otra agrupación, compartíamos el lugar y eso incluía hasta el baño. No faltó el grito de susto o la risa nerviosa al encontrarse con alguien saliendo de allí en toalla o sin ella… Bostezando hacíamos fila todas las mañanas para ducharnos; ahí averiguábamos, sin querer los ‘hábitos de limpieza’ de todos -Era mejor relajarse y tomarlo todo con buen humor-  Nos vestíamos en los baños y jugábamos voleibol en el coliseo esperando a que todos estuvieran listos para ir a desayunar. 

Alguna vez, siendo adolescente viví algo similar y fue una de las mejores experiencias de mi vida. Sin embargo esto a los treintas, ya no suena tan divertido.

Contábamos con la guía de la ciudad más ineficiente, pasaba más tiempo en su celular pidiendo instrucciones, que explicándonos algo de los paisajes o lugares que visitamos.  Visitamos muchas iglesias, plazas, hospitales y teatros en donde compartíamos con la alegre, cariñosa y generosa gente nuestro repertorio.  Cantamos en español, quichua y portugués; esto último siempre parecía tocar los corazones de la gente, quienes nos regalaban sus amplias sonrisas, cálidos abrazos y palabras de agradecimiento.  En muchas localidades nos dedicaron canciones e interminables declaraciones de cariño eterno.  ¡Qué sorprendente es la gente en Brasil!
 
Cuando éramos niños era fácil hacer amigos, solo te juntabas con los que les gustaba hacer lo mismo que tu.  Así sentí la experiencia de amistad en Brasil: cuatro sopranos que llegaron a ser inseparables durante el viaje; nos reíamos y hablábamos, hasta sin hablar. Nuestra complicidad y afinidad me recordó a la adolescencia cuando encuentras tanto de tí en tus amigas, que prometes ser mejores amigas para siempre.  Esta amistad empezó ahí y será para siempre, de seguro. Totalmente conscientes de su significado, fuimos bautizadas como 'Janelas' (ventanas) y cada una con un sobrenombre: Mama Janela, Janela Campanita, Janela Rubicunda y Janela Langarota.  Nos dimos cuenta que no solo compartíamos el gusto por la música, sino por el buen humor y un algo más que nos unió ahí sin pensar.

Después de pocos días, pero muchas quejas, finalmente fuimos a otro hotel donde teníamos una habitación para las mujeres y otra para los hombres -Ahí pude dormir noches completas sin susto-

Nos presentamos en el teatro más antiguo de las Américas en un pueblo mágico llamado Ouro Preto; la noche se nos presentó clara, con muchas estrellas y una gran luna plateada sobre nuestras cabezas.  Parecía un milagro estar ahí, rodeados de tanta historia, nuestra música y gente increíble. 

Pasamos la mitad del tiempo viajando, recorriendo carreteras, pasando por pueblos y muchos paisajes, todos acompañados de nuestro buen humor, canciones, historias y ¡hasta de baile! -a pesar del cansancio-. Tuvimos un par de días en los que pudimos conocer la ciudad, los parques, mercados, museos y almacenes.  También logramos perdernos uno de esos días, gracias a la inútil guía de nuestra guía.  

Pedíamos ayuda a policías y extraños quienes amablemente nos dejaban usar sus celulares y hasta nos extendían invitaciones al cine.  Ese fue un largo y difícil día.
A los diez días de presentaciones y agotadores viajes regresamos a Quito. Todos nos sentimos muy agradecidos por la experiencia y enriquecidos por nuevos conocimientos. Nos encontramos con mucha gente interesante y reconocimos a los propios: pudimos ver todos sus lados, claros y oscuros; los que nos gusta mostrar y los que no también.   
Después de diez días, es difícil esconderse. Todos dejamos abiertas las‘janelas’ y nos dejamos ver.