domingo, 25 de septiembre de 2011

Las 3 Pes: Plata, Pasaje y Pasaporte


Como siempre decía mi papá, cuando viajes prepara las 3 Pes: plata, pasaje y pasaporte.  Parecía que estábamos listos para la aventura, era la primera vez que viajábamos juntos -tan lejos y por tanto tiempo-  

En mi cabeza rondaban muchas preguntas superfluas; mientras la azafata pasaba por los asientos repartiendo bebidas, yo solo pensaba si el roncaba o si no nos íbamos a matar después de un mes de convivencia. 
Llegamos a Worthing; mi acento gringo siempre desconcertaba a todos los ingleses con quienes me encontré; todos comentaban sobre 'mi país' y como siempre habían querido visitar ‘The Great Cannyon’ – yo también, les decía irónicamente-. Creo que muy pocos se percataban después de eso, que no era de los Estados Unidos.  Soy de Ecuador les decía, hablando lento y muy claro. Al parecer la geografía no era su fuerte. 

Todos eran muy amables conmigo y por alguna razón sentían la necesidad de explicarme más cosas de las que necesitaba saber, cosas muy personales de la gente o simplemente comentarios que no se hacen a extraños.  Enseguida me di cuenta que los pueblos pequeños son grandes infiernos en cualquier lado del mundo.

Una mañana me desperté con una gran sorpresa sobre mi cama, era una nota que decía: ‘nos vamos a Turquía, prepara una maleta pequeña’ – nada borró mi estúpida sonrisa todo ese día-
Llegamos al aeropuerto de Dalaman donde habían tres ventanillas: Países de la Comunidad Árabe, Países de la Comunidad Europea y Otros; esta última fue en la que me ubiqué, a pesar que Ecuador no estaba en la lista de países escritos ahí. Cuando entregué mi pasaporte al oficial, éste lo analizó con mucho cuidado y curiosidad. Después de varios minutos me preguntó si era un pasaporte de verdad.  Pensé que tal vez no había entendido su pregunta debido a que su inglés era muy malo, pero no, él me aseguró que Ecuador era una línea y no un país. Gracias a Dios alguien con un mapa apareció a su lado. Con su avergonzada sonrisa me pidió disculpas y salimos de ahí con la cuenta del taxi cubierta por el aeropuerto por el inconveniente.

¡Qué país tan interesante y mágico! todo, desde los olores hasta la música era como flotar sobre el cuento de mil y una noches.  Las calles llenas de gente; las tiendas que llenaban de colores y dulces aromas nuestro camino; las miradas y sonrisas de la gente; la deliciosa comida; los tejidos y artesanías, los rezos públicos – todo invadía mis sentidos – Sin contar con el insoportable calor que hacía.  Una mañana, después de desayunar fuimos al puerto y tomamos un bote que nos llevaría a conocer las islas de alrededor y el hermoso paisaje de Anatolia.  Disfrutábamos del sol y el aire salado acostados en la cubierta, cuando finalmente me levanté, la parte superior de mi bikini cayó al suelo junto  con mi sonrisa y serenidad.  El broche, que era de plástico, se derritió bajo el sol. Pase muerta del calor usando la gigantesca camiseta de mi novio, que amablemente me prestó. Puedo asegurar que después de este momento éramos la pareja más popular y conocida del bote. 
Cada vez que pienso en este viaje no puedo evitar sonreír, no solo porque fue una experiencia increíble, si no por las cosas tan inesperadas que vivimos.  Una madrugada, durmiendo en nuestro hotel, alguien entró en nuestra habitación y se robó mi mochila. Por suerte mi pasaporte y mucho del dinero que traía, estaban en el bolsillo de la falda que había estado puesta el día anterior.  Vino el dueño del hotel y la policía a tomar las huellas digitales de la habitación; teníamos un grupo de 6 personas quienes trataban de imaginarse como había podido suceder eso en un segundo piso del hotel. Después de muchas preguntas y horas de trámite, finalmente recibí el informe de la policía - que era lo que yo necesitaba para el seguro de viajes- y para mi sorpresa, mi mochila apareció en un parqueadero, aunque vacía.

Después de esta gran aventura fuimos a Londres por una semana -una semana increíble- conocimos muchos lugares y mucha gente interesante.  Soportamos el día mas caliente de la historia de Inglaterra en los últimos treinta años, tanto así, que como habíamos ido de compras para la cena y las dejamos dentro del auto: una botella de aceite de oliva hirvió y explotó ahi dentro. Tuvimos que comprar toallas y muchos periódicos para poder limpiar el auto y continuar nuestro viaje.    Un  extraño olor a comida italiana invadió nuestras ideas todo el camino.
Pasamos por muchos pueblos y visitamos grandes castillos; nuestro destino final de ese día fue un pueblo del Peak District muy pequeño, pero encantador, se llamaba Castleton. Ahí tuve la más extraña sensación: yo ya había estado ahí alguna vez -en otra vida tal vez- Reconocí caminos y sabía exactamente donde estaba la iglesia y otros lugares del pueblo.  La cara de asombro y extrañeza de mi compañero de viaje no se comparaban con mi cara de asombro y extraña sensación en mi estómago.  -Nunca se habló o menciono este episodio del viaje-.  El verde de los alrededores, el silencio y las ovejas negras pastando en las montañas nos dejaban sin aliento y sin nada que decir por muchas horas de viaje. Disfrutamos cada segundo del paisaje y de las paredes de piedra hechas como rompecabezas. Esto  nos hizo pensar en un poema de Robert Frost, ‘Mending Wall’ que ambos conocíamos. 


Before I built a wall I’d ask to know
What I was walling in or walling out,
And to whom I was like to give offence.
Something there is that doesn’t love a wall,
That wants it down.

Una de las frases que mas me han gustado en la vida, es de este autor “Nunca destruyas una pared, a no ser que sepas porque fue puesta ahí". Buenas paredes, hacen buenos vecinos, así dice el poema. Esto me hizo pensar en cómo este hombre sentado a mi lado, quien tomaba mi mano con dulzura, también levantaba paredes -muchas cosas y secretos que el guardaba para sí-  Cosas de su pequeño mundo que jamás iban a ser mi infierno. No necesitábamos saber todo lo que pasaba por nuestras mentes para saber que el amor que sentíamos el uno por el otro nos hacia buenos vecinos en la vida. Después de algunos años comprendí que estas paredes que levantamos juntos nos habían encerrado en nuestros infiernos y a la vez dejado fuera de nuestros pequeños mundos.

Puedo decir, sin temor, que este viaje nos cambió; no solo nos dejó conocernos más, sino que nos hizo vivir mil meses en uno.  A nuestro regreso, nos esperaba una noticia desgarradora, la peor noticia que un hijo puede recibir. Su mamá había muerto después de una larga e incurable enfermedad.  Fue ahí, que aprendí a ser compañera en su dolor, en sus silencios, en sus confusiones.  Hablábamos sin hablar, nos acariciábamos con la mirada y nos tomábamos de la mano. Caminamos así, en esta ausencia mucho tiempo. 

Cada vez que viajo pienso en las tres Pes,  aunque ahora ya sé, que no importa cuan preparado creas estar, nunca se puede estar preparado para todas las cosas que te puedes encontrar en un viaje -en la vida- Las alegrías y sorpresas; el dolor y la tristeza; el amor y la amabilidad; la ignorancia e irrespeto, los regalos y los robos, los finales y los principios. 


Mending Wall - Robert Frost

3 comentarios:

Apita dijo...

Me gusta mucho esta entrada. Está llena de emociones y con pocas palabras lograste que recree en mi mente lugares a los que nuca he ido.
Un abrazo. M.G.G

Andrea Flores dijo...

Gracias Patulequis!! Que bueno que te gusto... fuiste parte importante de esos tiempos!!

Anónimo dijo...

Me gusta esta frase que dices que no importa cuanto creas estar preparado, nunca lo puedes estar en realidad... Super emotiva entrada!!
W.A.I